Cuando te escucho ya no quiero nada mas

lunes, 21 de junio de 2010

Nota a Adrián Dárgelos.

Esta nota no habla específicamente sobre algo "pre-jessico", pero es una nota tan completa y con temas tan variados que vale la pena leerla. Hace referencias a lo antiguo de Babasonicos, a lo nuevo y explica cosas de la banda en general. Saludos, Valen Sonico

Pd: Gracias a Manu (admin.) que me dio a conocer la nota.


Diciembre 17, 2008

Nunca es fácil coordinar una entrevista con Babasónicos. Sobre todo porque es mucho el tiempo que la banda pasa en el exterior, especialmente desde aquella explosión comercial que se produjo casi en paralelo con otra de un orden más angustiante y cuya onda expansiva fue brutal y sostenida: Jessico, quiebre en la historia del grupo, salió en 2001, el año de la debacle. En este 2008, que se inició con el trago amargo de la muerte del bajista Gabo Manelli, Babasónicos estuvo en México, Estados Unidos, Chile, Brasil, España y Bélgica.
Aun así, hubo una chance para C. Babasónicos es de las pocas bandas argentinas en las que el trabajo con la prensa está repartido: todos hablan, rotativamente, más allá de que Adrián Dárgelos, el autor de las letras, la cara más visible, el
frontman de un grupo que se resiste a la idea de cobijarlo, sea
probablemente el más requerido. Luego de un cordial intercambio de correos electrónicos y llamadas telefónicas, Dárgelos encontró espacio en la agenda, marcó una cita en un coqueto bar de Colegiales y llegó con apenas unos minutos de retraso a bordo de un auto súper pistero. Se presentó con amabilidad, pero disparó rápido: “¿Por qué tanto interés en la nota conmigo?” Y repitió lo del reparto, lo de la horizontalidad como patrón de funcionamiento -eso que, nobleza obliga, se ha revelado a lo largo de los años como verdadero- con una obstinación que también deja al descubierto la inclinación por la estrategia. Babasónicos planea desde siempre cada paso que da, y sin embargo se las ha arreglado para que esa fruición por el cálculo no esté orientada hacia los tópicos más transitados
por el rock argentino. En un tramo de la entrevista, el cantante remarcó su admiración por Sly Stone, uno de los ídolos de su adolescencia.
Dejó entonces una pista para pensar a Babasónicos, diecisiete años después de su aparición en escena con Pasto, un álbum debut que ya insinuaba sus ambiciones: editado por una multinacional, tenía a dos invitados estelares, Gustavo Cerati y Daniel Melero. Si Sly documentó a través de un par de discos geniales la resaca del idealismo de los 60, Babasónicos, desde el paradigmático Miami (1989) a esta parte, hizo algo parecido con la fiesta menemista. Más que reflejar la imagen de un país cegado por una hoguera de banalidades, la absorbió, la metabolizó y la
puso al servicio de un cancionero ejemplar. “No tengo interior para mostrar / Tampoco soy espontáneo… Por eso no quiero que me conozcan / Prefiero que inventen”, canta Dárgelos en “Yo anuncio”, el tema de apertura de Mucho, último disco de la banda, que ahora saldrá reeditado en versión “upgrade”.
En un país maniatado por la superficialidad y el cinismo, Babasónicos optó por pelear en el terreno del enemigo. Su actual status de banda masiva devela esa riesgosa elección. Pero difícil ganar sin arriesgar, como saben de sobra los buenos
estrategas.

–¿Por qué esta versión upgrade de Mucho?
–Principalmente yo no quería que el disco tuviera relleno, quería que estuviera concentrado en lo esencial. Y que no provocara fisuras entre los traslados del imaginario. Cada canción la concibo como vehículo de emoción… Es subjetivo,
¿no? Porque podría ser que la canción no lo contenga o que lo contenga para otro y para mí no. Pero no, tampoco es tan subjetivo. Las 10 canciones que elegimos para el contenido de Mucho lo tienen. Después, en el excedente puede haber alguna que tenga un buen vehículo emotivo. Quería ver qué pasaba cuando el disco tiene ese carisma fuerte: tiene agresividad, pero parece más leve. Tiene toda esa… En la arquitectura o cuando diseñás algo podés prever la impronta que puede tener sobre el observador. Pero en la literatura y en la música no está totalmente explicitado el mensaje, vos lo vas construyendo con interlineados abiertos. Es como si yo le hubiese sacado partes a algunos temas. Pero no palabras, sino preposiciones grandes. Como que salta de una escena a otra y deja
la del medio como un sobreentendido, una complicidad entre el oyente y nosotros.

–Hay tantas interpretaciones como gente que escucha la canción.
–Eso es fantástico, si la canción no es descriptiva y no deja todo cerrado.
–Igual hay gente a la que no le gusta eso.
–Que interprete cada uno lo que quiera. Yo juego a que no tengo la verdad sobre la canción, soy un médium. No escribo lo que quiero, escribo lo que me dictan. Ustedes pueden preguntarme quiénes me lo dictan. Yo les contesto que no lo sé.
– ¿Y qué dice la crítica con respecto a eso?
–La crítica… está muy parcializada la opinión por el resentimiento, el sinsabor.
–¿Pasa siempre?
–Nosotros no tenemos críticas realmente malas. A veces tenemos entendimientos rarísimos, como que una canción estaba hecha para Cromañon y entonces tenemos que salir a explicar que no, como pasó con “Pobre Duende”. Es un tema que habla de un mito fundacional del rock y no de eso. No hay ninguna cosa en el medio, no es que estoy tratando de engañar a los demás con una sutileza del lenguaje. No hay nada de eso. Lo que quieran ver ahí, lo ven. En Mucho hay una canción que se llama “El ídolo”, que muchos creen que habla de Gabo (NdeR: ex bajista del grupo, fallecido en enero de este año). Pero no. Gabo nunca hubiese permitido una canción sobre él, además tampoco pensábamos que se iba a morir. Entonces… al contrario, esa canción habla de un ídolo, yo proponía la figura de un personaje que hace todo por los demás. Que no tiene que preocuparse por su bienestar, que está controlado y cuidado por su entorno. Como él está las 24 horas despierto para los demás… Me encanta esa idea. La idea de alguien que sólo hace las cosas por el bienestar de los demás. No es un altruismo, es una conciencia muy poco común.
–¿Y la idolatría de los fans? ¿Cómo la llevás?
–Yo estoy de gira todo el año, tampoco es que me pongo a ver mucho eso. Sí tenemos un montón de fans, pero lo vivo como algo natural del rock. El rock tiene sus seguidores, no son fanáticos del fútbol, sino de la música. Yo fui un gran fan
de un montón de bandas. Zeppelin, Black Sabbath, Sly and the Family Stone… Sly me mataba, era mi ídolo. Íconos que están entre la contracultura y el mainstream… No admiro a la persona, sino su contexto musical, su obra, más que nada. Y cómo la engendra y la produce. Marc Bolan, un genio también… Gente que no explica, que se planta en el escenario y su presencia genera ideas encontradas, una confusión, una problemática. No son agradables. Existen carismas agradables que la gente ve inofensivos y los quiere. Después, tenés
otras personas que tienen esa carga y es inexplicable por qué son tan queridos. Eso me encanta.
–¿Sintieron una mirada crítica de sus fans o de la prensa con respecto a cierto cambio de estilo de la banda?
–¿Sintieron una mirada crítica de sus fans o de la prensa con respecto a cierto cambio de estilo de la banda?
–En Babasónicos pasa algo muy raro: el grueso del núcleo de fans disfruta de la victoria del sarcasmo nuestro, de la victoria iconoclasta que transportamos, ¿no? Solo el snobismo de las personas que se nuclean en lo que va a venir no
puede disfrutar, porque tienen que estar siempre del lado de la discusión o de la vanguardia… Solo tenés ese mínimo de gesto snob. Cuando escribí la canción del duende del rock era por eso. Normalmente tenemos público que nos veía al principio y ahora van con sus hijos. Ellos toman lo nuestro como la victoria de una cruzada… Que si apostabas a eso, decías “estos nunca van a llegar a hacer música popular”. Como era la escena del rock de los 90, era impensado que llegáramos a los ribetes de popularidad que tenemos ahora. Después, bueno, sí, el snobismo de la crítica también, pero esa es la propia carga de frustración de algunas personas.

–Ustedes fueron alternativos y ahora alcanzaron notoriedad. ¿Qué hay que negociar para convertirse en músico popular?
–Yo tampoco creía antes que era alternativo. A mí nunca me criticaron por hacer algo que antes no hiciese, ni ahora nadie se anima a discutir con nosotros si hacemos música comercial. Entren a Internet y busquen si alguien se plantea
eso. Yo siempre entendí el rock como traición. Y por eso traté de traicionar en todos los discos, no se me puede cuestionar eso. Yo siempre quise borrar lo que tenía en la cabeza y construir de nuevo. Me trato de reinventar, Babasónicos es una reinvención constante. Por qué no juzgás esto: ¿cómo nunca tuvimos apoyo y qué pasó cuando empezamos a tenerlo? ¿Cómo las radios no nos pasan? No porque no quieran pasarte, sino porque no les pagan para que nos pasen. Cuando yo estaba en Sony, era la prioridad seis o siete del mes de lanzamiento,
me pasaban una vez por día durante dos meses. Sin embargo crecí y llevé un montón de gente con ese apoyo de marketing de las compañías. Después saqué un disco con otra disquera, siendo prioridad número uno. No hay muchas bandas
que no sean pasadas en la radio y que logren masividad. A los Redondos los pasaban un montón en la radio, a La Renga también. Entonces no sé…

–No es lo mismo ser una banda under que ser una banda masiva.
–Pero yo no me convertí en una banda masiva en un año. Yo era under porque no teníamos otra opción. En la época del disco Trance Zomba decíamos que nos considerábamos la banda más chica del mainstream. Teníamos dos discos con
una multinacional, tampoco éramos alternativos. Porque no creo en ninguna filosofía política de lo alternativo, yo era sólo un músico no escuchado por las políticas de radiodifusión en ese momento. Yo siempre quise ser popular. Después podés decir: “No ibas a los programas de tele”. Y, bueno, no nos quisieron en un principio, entonces después tampoco nos servían. No nos convenía. Nunca defendí el discurso de lo alternativo, ni siquiera me he movido por circuitos alternativos. Yo hacía shows en centros culturales, que podían ser de
posturas no rock y después hacíamos cinco o seis Cemento por año. Entonces mantenía mi crecimiento de ventas de entradas y, por otro lado, si nos pedían un show de música ambient íbamos y lo cobrábamos. Porque el rock es eso también para nosotros: una empresa que resuelve el delirio. Teníamos que sobrevivir, sacar la plata y transformarla en mucho. Nos importaba un porongo el trayecto. Entonces hacíamos una obra grande, la exponíamos, cobrábamos un cachet y nos íbamos. Pero no estábamos haciendo cosas para las marcas. En el primer disco salimos con Sony, con un perfil altísimo, con músicos invitados como Cerati, con videos en MTV, super pasados. Pero todas estas cosas fueron pasando por el entorno carismático de la banda. Por ejemplo, la cantidad de prensa que tuvo Babasónicos desde el principio hasta ahora. Éramos considerados por los medios un grupo prensable, salíamos en la tapa de los suplementos, en tapas de revistas. Y después fue creciendo la cosa. Nos decían “rock alternativo” porque era el título que le pusieron los periodistas por no pensar un porongo en ponerle un nombre a una escena. Podrían haber pensado un poco más. No sé, la escena
antimenemista de… No sé.

–Bueno, le pusieron: sónica…
–Y… bueno, por Babasónicos, tampoco se rompieron mucho la cabeza. Tenía que ver con lo que pasaba en el mundo, también. Babasónicos era algo entre lo bailable y… No sé, es dramático, viste que es una banda medio dramática; pero que al mismo tiempo tiene humor sobre sí misma. Nosotros nos reímos de nosotros mismos. En un momento nos gustaba el heavy metal. Las bandas más pedorras, eh. También escuchábamos música electrónica, pero no la que hoy se conoce así. Babasónicos es un grupo de seis individuos muy melómanos,
muy informados. Yo prácticamente escucho rock, pero también un abanico de música grandísimo. El resto también. Lo que menos escuchamos es música popular. Lo que pasa es que somos personas de mucha cultura musical. Quizá lo mejor que sacamos de la década del 90 es el no respeto a la fidelidad con el estilo y atreverse a otras cosas. Pero a la vez también corrés el riesgo de parecer alguien que se impone al estilo para cambiarse. Sin embargo, nunca nos entendieron así.

–¿A la música de acá? ¿Cómo la ves?
–Y… la veo… (risas). No sé, la mía es una opinión que di muchas veces y que siento que no aporta. Toda la vida, hemos escuchado rock argentino. Yo siempre tengo la esperanza de que se formen escenas pequeñas, que pasen a ser medias y que se dé un recambio generacional en el mainstream. Tenemos una cultura musical muy conservadora donde las bandas grandes tienen varios años. Nosotros ya llevamos 17; Ataque, Bersuit, los Decadentes, La Renga, los Piojos
como 20 años… Nosotros debemos ser la más joven de las bandas grandes… ¡Qué raro que seamos los más jóvenes del rock! (risas). Igual, hay bandas como Catupecu, que son más jóvenes. O Kapanga. Pero de todas maneras no hay
un recambio generacional, no hay un fenómeno muy espontáneo (piensa). ¿Música alternativa no es eso? ¿No son estilos? ¿El heavy metal no es alternativo? ¿El punk–rock? ¿El ska? ¿Qué es la música alternativa?

–Como espectador, ¿qué te gusta de una banda?
–A mí me gusta una banda expuesta a lo irreparable. Me gusta el entendimiento de los Stones, me gusta la obra, pero me gusta más su forma de ser. Babasónicos tiene algo de los Stones, que nunca me lo leen. Es una banda que tiene en vivo
una performance muy carismática que atrae a la gente y no detiene esa maquinaria y sigue tocando en un nivel de conexión sin mirarse. Que se para en el escenario y no hay fisuras. No hay duda. En Babasónicos no hay humanidad, no es “oohh, lo lamento” u “oohh, soy feliz”. Es genial eso. Nadie
va a eso hoy, muy pocos músicos. Son cosas que las bandas no quieren manejar, compromisos que nadie quiere tomar.

–Spinetta hace poco dijo: “A los Babas los quiero, pero algunas canciones me hacen acordar al Club del Clan”. ¿Cómo te cae eso?
–Yo lo quiero y tenemos la mejor igual. Tengo una relación personal y lo aprecio. Me parece un poeta, un fenómeno. Yo entiendo que hace mucho que Spinetta no nos escucha, nunca tuvo un disco nuestro. Somos muy amigos de los hijos.
Catarina vivió en casa con nosotros mucho tiempo, somos dos generaciones distintas. Yo entiendo eso: que debe haber escuchado algún tema de promoción y le da para tirar esa opinión. Pero si escuchara todo el disco seguro no diría eso.

–Él y Charly son los dos grandes próceres del rock, ¿coincidís?
–A Charly la gente le tiene aprecio, le tiene afecto popular. No sé qué cosas se dicen de él musicalmente, no leo mucha crítica de rock. Igualmente esa crítica no es como la crítica literaria que se estudia en cinco o seis años. Tampoco entiendo
nada de crítica literaria. Igual, la crítica de rock… ¿Cómo podés criticar el esfuerzo máximo de una mente tan simple? ¿Qué podrías decir de un tipo tan simple como un músico? Que hace música desde la intuición. La música es poner en escena esos elementos que dan contagio, voluptuosidad, un frenesí… Una mezcla de emoción. El otro día en Colombia me preguntaban si seguíamos siendo una banda de rock, estaban preocupados por eso. Y yo les decía que no hay más rock o pop o nada. Hay bandas que emocionan, bandas que son y bandas que tratan de ser. Hay músicos inquebrantables, que están en el escenario y se ponen a la gente en la mano, sin artilugios demagógicos. Sin ese “ey, loco ¡vamos todos!” Yo me pregunto, ¿por qué no funciona el rock que no arenga en Argentina? ¿Por qué un Radiohead no podría haber sido argentino?

–Quizás en Argentina hay, pero lo que no tienen es trascendencia
popular.

–Pero salgamos de esa popularidad nuestra o de cuatro bandas más, que somos las que estamos muy despegadas de la escena general del rock. Yo pienso que hay otras que pueden ser muy grandes, inclusive sin hacer música popular. Todas
estas son arengadoras, algunas desde su cantante y otras ya su música es arengadora de por sí. Pero no hay ninguna en la Argentina que se pare en la impavidez de decir “vengan y adórenme”. Miren lo sutil que soy…

–¿Y Spinetta?
–Sí, puede ser. Pero él tuvo su banda arengadora: Pescado Rabioso. Igual no sé si esto que digo puede funcionar en Argentina. No es la ideología; es el movimiento, cómo te comprometés a llevarlo. Esto es liderazgo más que otra cosa.
–Hace poco Calamaro te dijo que tenían al público en el puño.
– Me llamó y me dijo: “Bien Adrián, tuvieron el público en el puño”. Yo no lo había pensado así hasta que él me lo marcó. No sabía lo que era. Yo creía que al público me lo ponía en los hombros y que lo soportaba. Como nosotros no hablamos en el escenario… No soy un gran hablador. Mi personalidad, que no es la misma que en la vida normal, ya de por sí pone loca a la gente. ¿Cómo generás eso? Si vos tenés que explicarle a una banda que eso es parte del rock, ¿cómo lo hacés?
–Hay algunas experiencias de escritores o periodistas escribiendo para músicos.
–Les es muy complejo a los escritores escribir canciones, es otra realidad, otro lenguaje métrico. Escribir una novela o prosa es el fluir de la pluma, el trance del escribir. Es como el free–jazz. En ese trance salís al encuentro del tema, entonces el objetivo temático de lo que perseguís lo encontrás en el descubrir de la lectura. Podés manejar las voces de las personas que aparecen en la prosa pero normalmente salen al encuentro. La canción no te da todo ese metraje de fluidez. Es como el perfume, que es esencia, es la condensación de la escritura. Las canciones mueven estructuras de lenguajes ya existentes, la literatura forma estructuras de lenguaje porque tiene más rango. La poesía no necesariamente conduce a nada. La canción si no conduce a nada no es memorable. No es nada. Es una canción de relleno en un disco, a la que no pudieron resolverle la letra. Entonces, ahí está el problema.
–¿Qué letristas te gustan del rock argentino?
–Me gustan los Moura, Federico y Julio, cuando escriben juntos. Pero Serrano es mi favorito. Y Calamaro, me gusta mucho como escribe. Los dos de Victoria Mil, también. Hay un montón. Edelmiro Molinari en “Color Humano” me encantaba, porque todavía no había nada escrito, entonces dar el contexto lírico a una música que no tenía espacio me parecía brillante. También me gusta el disco de Lebón… ¿Cómo se llama? David Lebón ¿no? “No te copes mal”. ¡Hay muchas letras de Lebón que me gustan! ¡Muchas! Y Pappo. Pero también me gustan algunas letras del reggaeton, eh. Algunos escriben muy bien. Y el narcorrido también. No es el súmmum de la poesía, pero está muy bien.
–¿Cómo componés?
–Me vienen persiguiendo las ideas, en un momento me acorralan. Las voy acumulando y me van apareciendo retazos. Muchas cosas geniales las dejo pasar porque no las necesito. Babasónicos toca en vivo y a partir de ese momento
necesita un repertorio. Cuando se acaba el efecto de sorpresa y de frescura, paramos, componemos un nuevo repertorio, qué es lo que necesitamos y qué queremos obtener. No sé cómo es, sólo sé que en ese momento tengo que sentarme durante tres meses en una silla, en la oscuridad y pensar. Imaginar cosas. Y las cosas me van llegando como aisladas. Por eso no escribo una canción, escribo cuarenta. Las bajo a un cuaderno, todo caóticamente, escrito por todos lados, del cual me sirve solo el diez por ciento. Cuando la grabo, se termina.
Pero no puedo dormir durante esos meses porque las canciones me van volviendo loco, me van absorbiendo. No tengo mucho contacto con la gente, salvo con los músicos. Y la melodía y la letra va saliendo en el mismo momento. Muchas de las letras me salen parado, durante la improvisación de la banda. Por ejemplo, el estribillo de “Cuello Rojo” y el de “Pijamas”, del último disco. O “Microdancing”. Salieron, pero no sé de dónde. Los chicos después son los que filtran las letras, son muy críticos de mis letras. Tienen que convencerlos, hacerlos reír, ponerlos incómodos. Si la letra logra un efecto entre ellos ya empieza a desarrollarse. Yo
escribo protoletras y hay melodías fantásticas, pero si no logro eso, quedan por ahí.

–El video de “Microdancing” tiene mucha rotación, ¿qué quisieron mostrar?
–No me gustan los videoclips. Y… me da lo mismo. Desde que dejé de hacer los videos ya no le encuentro mucha gracia. Igual me gusta el video de “Microdancing” porque tiene humor. A mí no me gusta el kitsch, no me gusta lo posmoderno, no me gusta nada. Preferiría no tener eso. Es muy difícil el imaginario que los demás tienen de mí. Yo me encargo de cerrar mi letra, mi música no es nada de eso. Es muy difícil hacer videos. Los videos no me importan para nada. Me gustó ese video por el lugar donde nos pusimos: burlarnos de nosotros mismos. El video es una publicidad, es marketing. No es arte. Todo está porque yo me siento a pescar fragmentos de letras que vienen de la nada. Si yo no me siento a hacer esto no hay tapa de disco, no hay video, no hay nada. Todo está en el compositor y los que hacen música.
–Ustedes fueron una de las pocas bandas en hablar abiertamente de su relación con las drogas. ¿Les sirvieron en algún momento para componer?
–Me arrepiento, me arrepiento sin dudas. Sirven para hacer una vida más tolerable, pero no para escribir canciones. Sirven para el espacio entre un día y otro, para todo lo que tenés que esperar entre un show y otro show. No es necesaria la droga, uno no es más brillante por eso, sino por el hambre que lo impulsa o por el alto grado de inspiración. Todo lo que declaré en su momento fue una estupidez.
–El rock se ha convertido en otra plataforma de exhibición para las empresas. ¿Qué pensás de ese sponsoreo?
–Y yo soy muy puta, hace años que lo dije, ¿no? ¿Qué es lo que quieren saber sobre el rock sponsoreado? Vos no tenés que colaborar con el sistema, pero tenés que usar la plata del sistema para volvérselas en contra. Volvemos a Spinetta: “La
libertad es muy linda pero si no tenés nafta no vas a ningún lugar”, dice él. Es genial, tiene razón. Qué importa de dónde viene el capital. ¿De dónde viene la guita de las FARC? ¿De dónde viene la plata del Ejército Zapatista? Del ejército de Francia… Vamos, basta de chamuyo. ¿Quién piensa luchar contra el capitalismo sin dinero? Nosotros somos provocadores culturales, básicamente.
Creemos que el rock es una vía de provocación. Nosotros creemos que la música es un agente movilizador. No nos creemos referentes, ¡pero sí tenemos el poder de decir un montón de cosas que los demás no dicen! Yo creo que la
música te abre una brecha para discutir la cultura. No es que me voy a aislar y ser un músico que quiere voltear el mundo desde el silencio… No, lucho por el mismo camino. Además, el sponsoreo no es todo el que yo quiero. Realmente me gustaría más.

–Son momentos distintos… Ustedes arrancaron en el 90. Hoy existe una corriente cultural diferente.
–Y…sí, antes había un ambiente aspiracional en la Argentina. Los Redondos, Sumo… En los 90, el desmedro del menemismo, la exposición de nuevos estereotipos triunfadores, como Fassi Lavalle y compañía, generaron un
nivel no aspiracional en la cultura. El ganador es el vivo, no el que encontraba el entendimiento. Entonces las bandas no aspiraban a eso. Lo que quedó es otro estereotipo triunfador en el desmedro cultural. Y todo eso se ve ahora: en la quita de presupuesto a la educación durante toda la década del 90. En mi época a los maestros los tenías que respetar. Ahora, como ganan menos, son loosers, ¿no? Así es más fácil el acceso a la compra de votos. Yo ahora no detecto la operación cultural. La mayoría de las bandas somos de colegio del Estado. Andá
a sacar hoy, de un colegio del Estado de la provincia, un nivel de discusión retórico tan complejo como el que tenemos nosotros. Quizás está y yo soy el equivocado. Es raro, boludo. Ahí tendríamos que discutir por qué se da un entretenimiento tan malo. Ok, todo entretiene igual: leones comiéndose esclavos
o Tristán e Isolda. Para uno vas a necesitar formar a la gente para que lo entienda. Para el otro, no. Justo es jodido hablar de Wagner, ¿no? Pero me fascinaría que los pueblos tuvieran una identidad cultural y que en vez de ver televisión haya escritores de obras de teatro.




*Nota realizada junto a Alejandro Lingenti y publicada en la revista “C”, del diario Crítica de la Argentina.